Y llega. Es el domingo en primera persona.
El domingo trae el diario más gordito, facturas, medio kilo de carne a la parrilla por persona, ravioles con estofado, visitas a la casa de los abuelos y facturas otra vez.
A eso de la una de la tarde intentás un aventurado y estilizado ¡JOP! para saltar de la cama, pero te das cuenta que el olor a puncho en el pelo, el mareo y el dolor de piernas ni cerca del JOP te dejan. Pero nada de eso te detiene, solo porque ¡necesitás tomar agua! no un vaso, sino un bidón entero del dispenser o de la canilla de la cocina, del patio, del bano...
Y después de a poco, muy de a poco podés empezar a planear una digna huída del momento más temido por cualquier persona a la que le corra sangre por las venas: DMINGO 7 PM. Sí, durísimo. Durísimo porque es ese momento donde hay un resto de sol del día que se va y se vienen todos los interrogantes desde si deberías empezar a usar los electrodos en los muslos o si deberías vender todo y poner un bar en Hawaii.
Son esas fatídicas horas que ¡no se solucionan tirándote a dormir una siestita! porque te aseguro que cuando te despertás, todo está mucho peor que cuando te acostaste.
Por esto y muchas cosas más ¡demasiadas!, no hay mejor recomendación que hacer lo que se hace con lo inevitable: joderse y hablar liviandades por teléfono, comprar helado, ver canales de documentales, leer revistas, ver fotos de la familia de un amigo de tu amigo en Facebook, pedir pizza.