Aunque Buenos Aires se parece cada vez más a Brasil, no por la futura posibilidad de ser una potencia mundial, claro está, sino por la tropicalidad del clima, tenemos, todavía, como ese "no se qué" que nos acerca al viejo continente. Ese "no se qué" no es la arquitectura, ni la comida, ni la descendencia, ni Palermo, ni el Patio Bullrich ¡es el frío! que, sin la magia de los copitos de nieve, nos hace imposible el libre deambular por la tan querida CABA con cara de dignidad.
Siempre, desde que veía Amogovios, todas las mananas de invierno había escarcha el los charquitos. Medibachas térmicas, soquetes encima, musculosa también térmica, remera de mangas largas, buzo polar, campera inflada, gorro y guantes. Todo eso incluía el combo invernal.
Ya en mi temprana adolescencia la escarcha disminuyó, nada de nada, ¡ni siquiera una finitísima capita! Y me descubrí hablando como una persona mayor a medida que se iba uno y llegaba el otro... "Qué? ¡Frío era el de antes!". Todo llega... lo tropical, lo importado, lo imitado, la luz y el gas.
Esos inviernos duraban lo que dura el invierno. Llegaban el 21 de junio y se iban cuando se tenían que ir (y se llevaba las liquidaciones). Ahora llega (solo dos semanas antes que las liquidaciones), pero se queda menos tiempo, es más inconstante y menos polar.
Igual, aunque se quede lo que se quede, cuando está, ¡hasta sacarme los anteojos me da frío! y lo odio tanto como se odia a alguien que hace ruido para tragar.
El invierno... el que te deja comer todas las mini porciones de torta que quieras, total con un buen sweater, nadie se da cuenta del anchor de tus brazos. Ese, que te susurra "hoy quedate adentro, total no va a ir nadie", el que te ayuda a parecer menos latina en las fotos ("¡es tan blanca que pensé que era danesa!"). El invierno...
Levantemos las tazas de café, de té, los mates, las tazas de submarinos, y dejemos las tostadas de lado para darle la bienvenida a las medialunas calentitas. Aprendamos a vivir con él y como él. Después de todo, nos ayuda con noches largas y grandes excusas para interminables descorches.Así, pues sí.