sábado, 16 de julio de 2011

Lo tuyo es tuyo y de nadie más.

     La esfera privada es privada y ya. Es tuya y yo no tengo nada que ver.
   Me explico: en tu esfera comés con los pies arriba de la mesa, te hurgás la naríz, hacés sonidos guturales, tosés con la boca abierta, no regulás el volumen de tu voz, leés moviendo los labios, le hablás a los objetos, te ponés el jogging al revés. 
    En tu esfera hacés lo que se te canta. Porque es tuya y de nadie más.
    Pero, si yo estoy lo suficientemente cerca de tu bendita esfera, ¡control! Hay normas sociales de convivencia,  fingí ser un ser adaptable a la vida en sociedad. Te veo, te huelo y te escucho.
   Atención: nada de esto me genera odio, eh... Más bien me genera como una sensación de descontrol y quiero arrancarte la mano de tu naríz, darte un golpe seco y ascendente en la pera, quiero tirarte Lysoform... eso, nada más.
   Fijo la idea: no quiero conocer tus más íntimos movimientos y tus más privadas costumbres ¡en el trayecto Pompeya-Saavedra!.
   Por eso propongo que la soledad se quede con lo peor de nosotros, que la soledad contenga a la esfera, por lo menos hasta que alguien decida inmiscuirse y descubrir, ceder, aguantar, rechazar, y por último huya, irremediablemente, huya.

   

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